Sus amigos dicen que es mal genio, de poca paciencia pero buen conversador. Sus días transcurren detrás del mostrador donde administra los Pc’s que conforman el cyber café donde trabaja hace ya casi un año. Y aunque se queja de que las jornadas son largas y el trabajo es agotador; más que nada cansa su paciencia tener que contestar tantas preguntas tontas de los clientes como “¿Cuál es código postal de aquí?”, o “¿Cómo se hace el arroba?”. Asegura que la necesidad es más grande y tiene que soportar. Héctor Márquez es un joven homosexual que vive en una ciudad pequeña y conservadora como Linares, en la región del Maule. De estatura baja, viste jeans, zapatillas blancas, un polerón café y una casaca oscura; para sus amigos parece una persona diferente: hace menos de dos semanas vestía totalmente de negro, y un enorme mechón cruzaba su cara hasta llegar a su cuello. Es el inicio de una época de cambios para él. Quiere dejar muchas cosas atrás, iniciar una nueva etapa y avanzar luego de un período cargado de problemas que involucran muchos aspectos de su vida: su madre lo abandonó cuando era un bebé, sin antes querer darlo en adopción, en una lucha que finalmente ganaron su padre y su abuela por conservarlo. Posteriormente, a las catorce, tras asumirse gay, un amigo de la familia abusó de él sexualmente, y quedó en libertad luego de que su argumento fuera desvirtuado por no recordar que ese día de verano hubo sol en la mañana y en la tarde llovió, por no recordar a causa del shock de la violación, y tener que testificar el mismo día ante la policía de investigaciones. Y posteriormente los constantes conflictos en su colegio, producto de la discriminación de la que sufre por ser gay.
“Tato”, como lo llaman sus amigos, es amable, buena persona y muy afable. Sin embargo, de no ser porque, como él mismo dijo, hace tiempo que dejó de preguntarse “¿Por qué a mí?”, no hubiera sobrevivido a los múltiples golpes que ha recibido en su vida.
Buscando salir de debajo de la cama -
Cuando Tato nació, su mamá no lo quería. Es más, iba a darlo en adopción, y para llevar a cabo su plan tenía que esconderlo de su padre. Así fue como, siendo un recién nacido, lo metía debajo de la cama para que no lo viera cuando iba a buscarlo. La idea era que nadie respondiera por él en un plazo determinado, para luego la madre entregarlo, libre de culpas, a la primera familia que estuviera dispuesta a criarlo. Así fue como, luego de una serie de luchas legales, quedó bajo la custodia de sus abuelos, manteniendo siempre una férrea unión a su padre. “Con mi papá tengo relación. Todos los días hablamos. Mi papá es mi todo. Es cariño, es respeto y confianza.” Ha estado siempre con él en los momentos difíciles, y él mismo reconoce que el diálogo ha formado parte importante en su relación. Cada paso que Héctor toma, es consultado con su padre primero.
Esta relación se construye sobre la base de la madre ausente, que se va a Santiago a realizar una vida propia. Un día, cuando él tenía 8 años, de regreso de un paseo a la montaña, ella había vuelto. Trató de estar presente, pero a largo plazo, cuando se enteró que su hijo era homosexual, sus palabras fueron muy claras: “Yo nunca parí un hijo maricón, olvídate de mí”. Este quiebre significó un corte de relaciones total con la familia materna. Tras haberle prometido un futuro estable una vez terminado cuarto medio, su condición sexual lo aleja de esto, y aún peor: durante este lapso, su madre había continuado su vida en Santiago, y Tato sabía de la existencia de una hermana menor, a quien también veía alejarse al asumirse gay. “En ese minuto yo estaba como ‘mierda, la perdí. Perdí a mi hermana. Por mi culpa, por ser gay. Pasé por una huevá de no aceptarme. Después de haberme aceptado, ya no me acepté de nuevo”.
Otro suceso que marcó la vida de Héctor, quizás para siempre, tendría lugar una mañana de febrero de 2005. Una cita al médico le hacía salir temprano de la casa de su abuela para reunirse con su padre, pero a medio camino un amigo de la familia, de 36 años, lo detuvo para hablarle respecto a su confesión de ser gay. Lo golpeó, lo arrastró por un sitio eriazo hasta su casa, donde abusó de él sexualmente e intentó matarlo. Héctor logró salir de ahí y huir rápidamente. Cuando la familia se enteró, hicieron inmediatamente la denuncia, recordando Tato que lo más duro fue tener que contar y recordar, muchas veces, la misma historia. Durante los trámites, otro suceso le hizo renegar de sí mismo: “Tuve que ir al SML, a constatar lesiones, y una tipa, muy idiota, llega y me dice ‘Pucha, tení’ que acostumbrarte porque tú elegiste ser gay’”. Los días posteriores, correspondientes a los juicios, se desarrollan con Héctor acudiendo a un centro de ayuda. Su mamá una vez más le falló: cuando el sicólogo recomienda sacar a Héctor de la ciudad, ella se negó rotundamente a llevarlo con ella a Santiago, decidiendo así no participar del proceso de recuperación de su hijo. Un año después, tras escuchar todos los argumentos, Héctor es llamado a declarar, y su testimonio es desvirtuado por el hecho de que no recordó que esa mañana de verano, si bien estaba soleado, en la tarde llovió. Esto logró poner en tela de juicio lo verídico de su declaración, y el culpable fue dejado en libertad.
-“¿Por qué NO a mí?”
Cuando Tato decide revelarle a su padre que es gay, una semana antes de Navidad, su respuesta fue clara: “Primero, tú eres mi hijo. Segundo, estuve a punto de perderte una vez, dos veces no me va a pasar. Si eres gay, filo, eres persona por sobre todo, y te quiero más que la cresta, así que no te voy a dejar.” Una semana después, durante la cena Noche Buena, el resto de la familia se enteró de la noticia. Fue aceptado y apoyado por la familia de su padre, y rechazado y marginado por la familia de su madre. Sin embargo, cuando se ve en pie, fuerte e inquebrantable durante el juicio, encarando a su agresor, decide dejar de preguntarse “¿Por qué a mí?”, para empezar de a poco a preguntarse “¿Por qué NO a mí?”. Desde minuto, y como él mismo explica, tuvo una postura diferente ante la vida, y decidió aprender de cada momento que vive, y a enfrentar los problemas. Uno de ellos es el que se suscita cuando cursa segundo medio en el Liceo Politécnico de Linares, donde ante las burlas de sus compañeros mientras usan los camarines después de Educación Física, recurre al orientador del colegio, que le niega su ayuda porque para él, Héctor es un degenerado sexual, por ser una mujer en un cuerpo de hombre, y si él no quiere reconocer eso, entonces no lo ayudará.
Héctor no dejó que las cosas se quedaran así, y tras hablar con el director, consigue un permiso para no tener que cambiarse de buzo a uniforme los días que tiene educación física, y no sufrir más esta situación. De todas formas, denuncia al orientador, que es removido de su cargo, y en la actualidad consigue respeto en su colegio, por su particular forma de ser. Él no es “loca”. Es un hombre que le gustan los hombres, y no un hombre que se cree mujer. Se acusa homofóbico dentro de su homosexualidad. No permite que nadie se burle, ni en el colegio, ni en la calle. “Me he metido en peleas fuertes por eso”.
Actualmente Tato protagoniza una demanda contra su mamá por la pensión alimenticia. Ella no se presentó a la primera audiencia de negociación, y ahora Héctor y su abogado se preparan para un segundo llamado. Por otro lado, su familia materna se ha vuelto a acercar de a poco y tras haberle negado el contacto, actualmente ha recuperado las relaciones que tenía antes con sus primos. A través de Facebook, Héctor pudo comunicarse con su hermana, de 11 años. Así es como se enteró que ésta también ha sufrido por culpa de su mamá, y que durante todos estos años ha sido para ella, también, una madre ausente.
Tato quiere terminar el liceo. Sus intenciones son estudiar Informática en alguna universidad privada, porque sus notas no son buenas y eso le frustra un poco. No sabe cómo lo hará. Solo tiene las ganas, la motivación, y la fe puesta en ello. La vida le enseñó que es fuerte, y que de cada golpe puede volver a levantarse. Es parte del proceso que requiere levantarse y aprender de las caídas. De dejar de preguntarse “¿Por qué a mí?, y empezar a preguntarse: “Por qué NO a mí?”
Agradezco el testimonio de Héctor Márquez, “Tato”.
Saliendo de la obligada seriedad y objetividad que requiere el “periodismo”, confieso que su historia es enriquecedora, y escucharla valió la pena todo esfuerzo que costó el entrevistarlo. Le mando mis más sinceras felicitaciones por ser como es, por pensar como piensa. Ese día no tuve la chance de decirle que le admiro por la forma en que se levanta de las cosas.
Más gente como él, y menos periodistas, necesitamos en el mundo.