These broken hands of mine

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Los títulos siempre son difíciles. No webee

 

Una mañana despertó y estaba viva. Era una mañana soleada, con ese sol seco que pega tan fuerte que dan ganas de dejar de hacer lo que se hace y regresar al estado de inactividad que se estaba. Pero su hasta entonces madre no podía dejar así no más lo que estaba haciendo. Estaba dando a luz a cuatro cachorros bien parados, manchados café sobre el pelaje plomo, que en sus vidas futuras cazarían conejos, acompañarían ancianas, serían sabuesos criadores de niños, y el infaltable callejero. Pero para ella no era un problema ser callejera, sino más bien, era todo un dilema haber nacido una mañana de sol seca, porque no tendría nada interesante que contarle a sus nietos cuando éstos le pregunten por su nacimiento. Y aunque no tenía hijos que le dieran problemas todavía, vaya que era importante pensar en las historias que se le iban a contar a los nietos.

A pesar de todo, era una perra afortunada. Era de esas que nació de una perra suelta que se cruzó con el primer perro que le movió mejor la cola. Y como no, si fue el que más la defendió cuando la jauría se acercó a ella. Entonces no se hizo de rogar e hicieron a los cuatro perritos. Nacieron en una iglesia, y eso fue toda una fortuna porque en lugares como esos el espíritu santo y el señor resucitado movía los corazones de los fieles hasta el punto en que unas orejas caídas conmovían hasta al alma más irrompible. Así sobrevivieron hasta que a su mamá le dieron vidrio molido por robarse los cortes de la carnicería de enfrente. Cuando los cachorros quedaron solos empezó el remate, pero nadie iba a querer a otra perra suelta más, así que no le quedó otra que quedarse ahí.

Los niños le llevaban dulces. Las señoras uno que otro pancito, y el cura le daba el desayuno cuando llegaba, y la cena cuando se iba. A cambio de eso cuidaba a los santos depresivos. Nunca logró entender por qué la gente sufría tanto allá adentro. Pero después entendió que eran cosas duras que no se movían, que no hablaban y que no eran iguales a esas personas que le daban que comer. Para sus amigos perros era reina y señora del lugar. Nadie se metía en su territorio. Ni siquiera el perro más guapo a sus ojos, y es que los perros tienen muy arraigada esa cosa territorial que marcan con sus ganas de ir al baño. Ella era la más conocida de la cuadra, y todos sus amigos perros también la querían mucho, porque cada pancito que le tiraban las señoras, ella no se lo comía: se lo llevaba al patio de atrás, y llegada la noche hacía un hueco enorme bajo la reja para que entraran los más hambrientos y repartían su propio pan en partes iguales. Una vez uno quiso pasarse de listo, pero ése nunca más volvió a entrar.

Nunca atacó a nadie. Era sola, bien parada y de un genio intratable. Pero todos sus amigos sabían que podían contar siempre con ella. Porque era la perrita que dormía al lado del niño Dios en el pesebre para navidad, debajo de las luces de colores.

 

dog

sábado, 11 de diciembre de 2010

PASEO DE DOMINGO

(PERSIGUIENDO UN GLOBO)

Cuando el sol cayó sobre las puntitas menudas y agudas del césped, las familias decidieron salir a pasear. Y como iban a ser ellos la excepción: sintieron el calor del sol y pensaron que tal vez al pequeño le gustaría salir a mirar la naturaleza. Y después del almuerzo, la familia feliz se decidió a salir a compartir con las demás familias felices: era un parque especialmente creado para dar una caminata un domingo por la tarde, tomar algo de aire fresco y luego regresar a casa para continuar la rutina.

Las abuelas sonrientes cuentan sus experiencias a sus nietos, mientras los llevan de la mano a través del suelo de maicillo, ese que hace que los niños que juegan a la pelota donde no deben hacerlo, se caigan y se raspen las rodillas. Es un camino largo, rodeado de árboles inmensos que dan sombras que nadie se preocupa donde inician y donde terminan, y que además, con sus hojas moviéndose en dirección paralela a la orientación del viento, brindan oxígeno a los kilómetros de área verde que acogen a las parejas enamoradas cuando buscan algo de paz y se recuestan durante horas a solo mirarse y besarse.

De la mano llevaban al niño, que arrastraba los zapatos Bubble Gummers talla 8 y lo mezclaba con el polvo del asesino material. Vestía como un adulto: bien peinado, sobre los zapatos miniatura se dejaban caer unos jeans arremangados en la basta. Una camisa a cuadros color café, abierta en el pecho, y sobre el cuello una sonrisa sin dientes que mostrar. Los padres orgullosos saludaban a sus vecinos con una sonrisa, y devolvían luego la mirada a su retonio, que de la nada proliferó un grito escandalizador cuando divisó a lo lejos a un “guau guau” de pelaje sucio y mal oliente, que apenas vio al niño decidió huir para no tener problemas con sus tutores.  Pasada esa distracción, siguieron caminando, abriéndose paso entre los vendedores de algodón de azúcar, y un vendedor de globos que llevaba una amplia gama de colores y tonalidades, especialmente creado para atraer a los niños como el enano, que pudo ver su cuerpo minúsculo de todos colores cuando el látex de los globos filtró los rayos del sol. Le compraron uno y ahora la sonrisa de la “güagüa” era más grande y más desierta.

Un colega de él los detuvo para conversar un minuto. Hablaron de la vida, de las familias, del dinero, la corrupción, el transantiago y la huelga del metro. Ella se quedó con la esposa compartiendo historias de dueñas de casa.

En todo ese lapso, el niño dejó ir su globo, e inocente lo siguió desde su altura, con las manitos hacia el cielo y llamándolo en su idioma para que volviera. Caminó sin rumbo hasta perderse entre los enamorados. Los sobrepasó, llegó a la calle. Y cuando el papá exclamó lo desconsiderados que eran los choferes del metro, y la mamá quiso hacer notar la hermosura de su hijo, notaron que lo único que les quedaba era uno de esos minúsculos Bubble Gummers.

jueves, 28 de octubre de 2010

El secreto para dejar de lado el ¿Por Qué A Mí?

 

Sus amigos dicen que es mal genio, de poca paciencia pero buen conversador. Sus días transcurren detrás del mostrador donde administra los Pc’s que conforman el cyber café donde trabaja hace ya casi un año. Y aunque se queja de que las jornadas son largas y el trabajo es agotador; más que nada cansa su paciencia tener que contestar tantas preguntas tontas de los clientes como “¿Cuál es código postal de aquí?”, o “¿Cómo se hace el arroba?”. Asegura que la necesidad es más grande y tiene que soportar. Héctor Márquez es un joven homosexual que vive en una ciudad pequeña y conservadora como Linares, en la región del Maule. De estatura baja, viste jeans, zapatillas blancas, un polerón café y una casaca oscura; para sus amigos parece una persona diferente: hace menos de dos semanas vestía totalmente de negro, y un enorme mechón cruzaba su cara hasta llegar a su cuello. Es el inicio de una época de cambios para él. Quiere dejar muchas cosas atrás, iniciar una nueva etapa y avanzar luego de un período cargado de problemas que involucran muchos aspectos de su vida: su madre lo abandonó cuando era un bebé, sin antes querer darlo en adopción, en una lucha que finalmente ganaron su padre y su abuela por conservarlo. Posteriormente, a las catorce, tras asumirse gay, un amigo de la familia abusó de él sexualmente, y quedó en libertad luego de que su argumento fuera desvirtuado por no recordar que ese día de verano hubo sol en la mañana y en la tarde llovió, por no recordar a causa del shock de la violación, y tener que testificar el mismo día ante la policía de investigaciones. Y posteriormente los constantes conflictos en su colegio, producto de la discriminación de la que sufre por ser gay.

“Tato”, como lo llaman sus amigos, es amable, buena persona y muy afable. Sin embargo, de no ser porque, como él mismo dijo, hace tiempo que dejó de preguntarse “¿Por qué a mí?”, no hubiera sobrevivido a los múltiples golpes que ha recibido en su vida.

            Buscando salir de debajo de la cama -

Cuando Tato nació, su mamá no lo quería. Es más, iba a darlo en adopción, y para llevar a cabo su plan tenía que esconderlo de su padre. Así fue como, siendo un recién nacido, lo metía debajo de la cama para que no lo viera cuando iba a buscarlo. La idea era que nadie respondiera por él en un plazo determinado, para luego la madre entregarlo, libre de culpas, a la primera familia que estuviera dispuesta a criarlo. Así fue como, luego de una serie de luchas legales, quedó bajo la custodia de sus abuelos, manteniendo siempre una férrea unión a su padre. “Con mi papá tengo relación. Todos los días hablamos. Mi papá es mi todo. Es cariño, es respeto y confianza.” Ha estado siempre con él en los momentos difíciles, y él mismo reconoce que el diálogo ha formado parte importante en su relación. Cada paso que Héctor toma, es consultado con su padre primero.

Esta relación se construye sobre la base de la madre ausente, que se va a Santiago a realizar una vida propia. Un día, cuando él tenía 8 años, de regreso de un paseo a la montaña, ella había vuelto. Trató de estar presente, pero a largo plazo, cuando se enteró que su hijo era homosexual, sus palabras fueron muy claras: “Yo nunca parí un hijo maricón, olvídate de mí”. Este quiebre significó un corte de relaciones total con la familia materna. Tras haberle prometido un futuro estable una vez terminado cuarto medio, su condición sexual lo aleja de esto, y aún peor: durante este lapso, su madre había continuado su vida en Santiago, y Tato sabía de la existencia de una hermana menor, a quien también veía alejarse al asumirse gay. “En ese minuto yo estaba como ‘mierda, la perdí. Perdí a mi hermana. Por mi culpa, por ser gay. Pasé por una huevá de no aceptarme. Después de haberme aceptado, ya no me acepté de nuevo”.

Otro suceso que marcó la vida de Héctor, quizás para siempre, tendría lugar una mañana de febrero de 2005. Una cita al médico le hacía salir temprano de la casa de su abuela para reunirse con su padre, pero a medio camino un amigo de la familia, de 36 años, lo detuvo para hablarle respecto a su confesión de ser gay. Lo golpeó, lo arrastró por un sitio eriazo hasta su casa, donde abusó de él sexualmente e intentó matarlo. Héctor logró salir de ahí y huir rápidamente. Cuando la familia se enteró, hicieron inmediatamente la denuncia, recordando Tato que lo más duro fue tener que contar y recordar, muchas veces, la misma historia. Durante los trámites, otro suceso le hizo renegar de sí mismo: “Tuve que ir al SML, a constatar lesiones, y una tipa, muy idiota, llega y me dice ‘Pucha, tení’ que acostumbrarte porque tú elegiste ser gay’”. Los días posteriores, correspondientes a los juicios, se desarrollan con Héctor acudiendo a un centro de ayuda. Su mamá una vez más le falló: cuando el sicólogo recomienda sacar a Héctor de la ciudad, ella se negó rotundamente a llevarlo con ella a Santiago, decidiendo así no participar del proceso de recuperación de su hijo. Un año después, tras escuchar todos los argumentos, Héctor es llamado a declarar, y su testimonio es desvirtuado por el hecho de que no recordó que esa mañana de verano, si bien estaba soleado, en la tarde llovió. Esto logró poner en tela de juicio lo verídico de su declaración, y el culpable fue dejado en libertad.

-“¿Por qué NO a mí?”

Cuando Tato decide revelarle a su padre que es gay, una semana antes de Navidad, su respuesta fue clara: “Primero, tú eres mi hijo. Segundo, estuve a punto de perderte una vez, dos veces no me va a pasar. Si eres gay, filo, eres persona por sobre todo, y te quiero más que la cresta, así que no te voy a dejar.” Una semana después, durante la cena Noche Buena, el resto de la familia se enteró de la noticia. Fue aceptado y apoyado por la familia de su padre, y rechazado y marginado por la familia de su madre. Sin embargo, cuando se ve en pie, fuerte e inquebrantable durante el juicio, encarando a su agresor, decide dejar de preguntarse “¿Por qué a mí?”, para empezar de a poco a preguntarse “¿Por qué NO a mí?”. Desde minuto, y como él mismo explica, tuvo una postura diferente ante la vida, y decidió aprender de cada momento que vive, y a enfrentar los problemas. Uno de ellos es el que se suscita cuando cursa segundo medio en el Liceo Politécnico de Linares, donde ante las burlas de sus compañeros mientras usan los camarines después de Educación Física, recurre al orientador del colegio, que le niega su ayuda porque para él, Héctor es un degenerado sexual, por ser una mujer en un cuerpo de hombre, y si él no quiere reconocer eso, entonces no lo ayudará.

Héctor no dejó que las cosas se quedaran así, y tras hablar con el director, consigue un permiso para no tener que cambiarse de buzo a uniforme los días que tiene educación física, y no sufrir más esta situación. De todas formas, denuncia al orientador, que es removido de su cargo, y en la actualidad consigue respeto en su colegio, por su particular forma de ser. Él no es “loca”. Es un hombre que le gustan los hombres, y no un hombre que se cree mujer. Se acusa homofóbico dentro de su homosexualidad. No permite que nadie se burle, ni en el colegio, ni en la calle. “Me he metido en peleas fuertes por eso”.

Actualmente Tato protagoniza una demanda contra su mamá por la pensión alimenticia. Ella no se presentó a la primera audiencia de negociación, y ahora Héctor y su abogado se preparan para un segundo llamado. Por otro lado, su familia materna se ha vuelto a acercar de a poco y tras haberle negado el contacto, actualmente ha recuperado las relaciones que tenía antes con sus primos. A través de Facebook, Héctor pudo comunicarse con su hermana, de 11 años. Así es como se enteró que ésta también ha sufrido por culpa de su mamá, y que durante todos estos años ha sido para ella, también, una madre ausente.

Tato quiere terminar el liceo. Sus intenciones son estudiar Informática en alguna universidad privada, porque sus notas no son buenas y eso le frustra un poco. No sabe cómo lo hará. Solo tiene las ganas, la motivación, y la fe puesta en ello. La vida le enseñó que es fuerte, y que de cada golpe puede volver a levantarse. Es parte del proceso que requiere levantarse y aprender de las caídas. De dejar de preguntarse “¿Por qué a mí?, y empezar a preguntarse: “Por qué NO a mí?”

Agradezco el testimonio de Héctor Márquez, “Tato”.

Saliendo de la obligada seriedad y objetividad que requiere el “periodismo”, confieso que su historia es enriquecedora, y escucharla valió la pena todo esfuerzo que costó el entrevistarlo. Le mando mis más sinceras felicitaciones por ser como es, por pensar como piensa. Ese día no tuve la chance de decirle que le admiro por la forma en que se levanta de las cosas.

Más gente como él, y menos periodistas, necesitamos en el mundo.

jueves, 7 de octubre de 2010

Y dónde están las mariposas?







A pesar del frío agitador y la honda oscuridad afortunada que la llevó hasta el techo, decidió refugiarse bajo un árbol de copas perdidas, ocultas las manos en la chaqueta, en busca del calor que sus pies y su rostro perdieron hace un momento. Su mirada estaba fría, hasta sus venas estaban heladas, y es que así es el frío cuando llega inesperado, e invade a una joven en espera, en medio de una noche de invierno. Las calles vacías, los lejanos ruidos de los autos y las sordas, de amantes, caminatas, evidencia ineludible de los meses polares, indicio inequívoco del afable mes de junio, y ella espera: allí está, parada en medio de la niebla que comienza a rodearla cual hostil anfitrión, y ella mira a su alrededor con un modesto suspiro, resignada a aceptar la soledad como única compañera, y su mirada se pierde en la lejanía interminable de lo que nada es, cuando el cerebro mira un punto exacto que no existe, que nunca lo ha hecho ni lo hará, pero allí está, y ella lo mira, concentrada, perdida en si misma, experimentando incluso cierta fascinación; hasta que llega inesperado, sorpresivo, recién nacido de la niebla, caminar erguido, hombros anchos. Y sus ojos lo observan desde que entra en su escena para no apartarse más de él. Su mirada lo recorre, lo invade y hasta lo incomoda; él sabe que esa otra mirada está allí, que lo sigue a todas partes, a cada movimiento y a cada gesto perdido, pero disimula perfectamente, porque no sabe qué objetivos tiene esa mirada y el frio del mes de Junio puede no permitirle pensar con claridad. Ella, que ya no controla su mirada, posee dominio aún sobre sus movimientos, y con total control de éstos sale de su escondite bajo el árbol descopado, y se ubica tras la espalda del visitante, mientras la peligrosa mirada comienza ya a dar órdenes al corazón, y analiza su objetivo minuciosamente, a cada detalle, a cada alto y bajo, a cada doblez y arruga del grueso jean, a cada partícula de polvo presente en el calzado extrañamente formal en una persona que, ante la calificación de esa mirada, es joven, casi de su misma edad, delatándolo además la gruesa chaqueta de cuero que también lleva, cerrada hasta el cuello, protegido por una bufanda, víctima del calor natural que emana del cuerpo humano. La mirada femenina no detiene su curso, se vuelve incontrolable ante las disposiciones de la joven, cuyos intentos de alejamiento en la niebla son anulados por el corazón, que también se ha apoderado de la figura del desconocido. 

Es ahora el corazón quien da las órdenes, la mirada es un vasallo, el alma acepta sugerencias, y una niña enamorada crece en su interior, saliendo de allí por esa mirada incontrolada incapaz de disimular. Sigue rodeando a la figura otrora, lo asalta con imprudencia, lo expone ante su propia humanidad, lo reconoce ser humano y continua unida a él como un imán a su preciado metal. Y él se da cuenta que esa mirada no lo abandona, y solo reacciona con movimientos ciegos que pretenden disimular, desviar a su seguidora, pero la mirada solo encuentra ya maravillas en cada gesto, en cada movimiento, y no se rinde ante las muestras de incomodidad de su blanco, que empieza ya a ponerse nervioso. Ella busca su rostro: recién ahora se ha dado cuenta que le atrajo el rostro y es lo que menos su mirada ha localizado, y controlando militarmente sus movimientos, reduciéndolos a lo justo y lo preciso, se detiene a su lado, lo mira a la cara, y él devuelve la mirada, una mirada de pupila verde intensa, brillante ante la semi oscuridad de un farol azul, que la maravilla aún más y le da permiso de sentirse enamorada. Pero no puede diagnosticarse sin antes auto examinarse, y mientras la mirada sigue incomodando a su blanco perfecto, ella distingue los síntomas de su enfermedad: fascinación de la vista, ausencia de frío aún en pleno mes de Junio y música romántica como banda sonora de su momento, y las mariposas… ¿y las mariposas?, ¿no es supuesto de poemas, cuentos y teleseries las mariposas? Pero no las siente, y él sabe que la mirada nota incluso los desarreglos de su cabello, que sabe quizás que tiene frío, miedo, y que sabe que lo está incomodando. Él nota ese yugo sobre él, y siente frío y mucha pena. Siente angustia, siente que le mienten, que la mirada le miente, y siente una mirada sobre él, que no lo abandona y lo incomoda y le hace pensar que quizás tiene algún interés en él, pero luego se despide de esa mezcla de sentimientos y regresa a su realidad: que llegue el vehículo y lo aleje de esa absurda ilusión. 


Y ella sigue buscando las mariposas, y se propone hacer algo osado para sentirlas, creyendo que son analgésicos de los nervios ante el ser amado, y comete, a su vista, una fechoría: se cruza delante de los ojos verdes, que la siguen por un minuto, y cuando regresa la mirada a los ojos verdes, él se los lleva nuevamente hacia el camino por donde debería llegar el vehículo. Ella vuelve a analizarse, ¡no están las mariposas! El problema es que el corazón las está recién criando orugas, para que puedan pronto salir a volar. Mientras tanto, su mirada sigue invadiendo la privacidad de los ojos verdes, y los ojos verdes siguen sintiéndose atraídos por la mirada, luego angustia, luego que le mienten, que no lo abandona, lo incomoda, que tiene un interés, y luego se sienten tontos por imaginar cosas que no son. Dos luces cortan la niebla, un ruido de motor jubilado y una enorme máquina hace su parada frente a los enamorados, y ahora ya no mandan la mirada, ni el corazón, ni los movimientos: manda la razón, y la chica se presura a subir a la máquina, dejando tirados dos ojos verdes, que no saben de amor, ni de libertad, que no tuvieron tiempo y ahora el tiempo se les va, como dice una canción. Sentada frente al cristal, la mirada lo sigue por última vez, el corazón se empaña de un dolor pasivo, las manos buscan escape, las intenciones no son buenas, y cuando las miradas se cruzan, no hay sentimiento, ni magnitud, ni carta, ni palabra, ni mes del año, ni canción capaz de describir lo que pasa cuando dos miradas ciegas, que no saben expresar lo que está ocurriendo en sí mismas, se cruzan. La máquina parte, la niebla invade ahora a los ojos verdes que quedaron solitarios. 


Dos segundos de soledad, y ahora él necesita a esa mirada abrazante. 

Dos metros de lejanía, y en el corazón de ella las orugas se vuelven mariposas. 



jueves, 30 de septiembre de 2010

Canción Cruel, Desesperada, y el Coronel

El buen pastor nos vio quedar
era diciembre y una mariposa empezaba a volar.
De noche ya, gran musical,
sonaron besos en vez de campanas en la catedral.

Nos escapamos por casualidad del mundo real,
llegó el 28 y corrimos detrás.
Sueños de esos de universidad que fuimos una tarde a buscar.

Un autobús en un local
una bombilla, guitarras, colillas y muy poco más.
Sonaba "One", en nuestro bar
allí nos dimos la mano y cantamos sin miedo a soñar.

Nos escapamos pro casualidad del mundo real
llegó el 28 y corrimos detrás.
Sueños de esos de universidad
que fuimos una tarde a buscar.

En la tierra existe un lugar con una magia especial
allí escribimos la historia de esta gran amistad.

Nos escapamos...

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Aquí ya hemos terminado, amigo miom se acabó
Acércate, dame un abrazo que este infierno remitió.
Esperdame aquí un momeno, cuida de esta posición
comprobaré que terminamos la misión.

Fue al acabar estas palabras y nadie le volvió a ver,
después de aquella victoria, solo un loco coronel
renunciaría a una gloria que él jamás logró entender
eligió cargar su arma con un clavel.

Cuando los demás dormían se escapaba a la cantina
y llorando le contaba a una mujer
que si el honor y la victoria valen más que las personas
es que no hemos aprendido nada...

...De las lágrimas que visten tu cara, 
de la tristeza que esconden tus miradas.
De la verguenza que siente mi alma
cuando nadie canta esta canción.

En la que digo que no me da la gana 
de hacer como que no se nada.
De cada vida que se marcha sin decir adiós.

Después de cada batalla se encogpia su corazón,
él debía mostrar orgullo cuando sólo sentía horror.
Preguntaba siempre al cielo quién había ganado qué?
pero nunca nadie supo responder.

Cuando los demás dormían...

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Me enamoré de ti buscando el cielo
y desperté agarrada a una ilusión.
Ahora eres cenizas de mis sueños
porque al final los sueños, sueños son.

Quiero esconderme en ti,
ver que todo pasó.
Quiero decirte adiós,
fuiste mi amor.

Dime tu nombre, tú fuiste un sueño sin cumplir.
Veinte poemas y una historia de amor que ya tiene canción.
Pero dime el color de un momento que te haga feliz,
para mezclar tu alegría y tus lagrimas mías y ver que el amor es así.
Colores que pintan los nombres de amores y a ti.

Tu fuiste un beso eterno en otra vida.
Tambipen una poseía sin firmar.
Te fuste de mis sueños tan de prisa
que mi consuelo fue "El Viejo Y El Mar".

Todo es mejor así
quiero abrigarme más.
No iré a biscarte allí
tú ya no estás.

Dime tu nombre, tú fuiste un sueño sin cumplir.
Veinte poemas y una historia de amor que ya tiene canción.
Pero dime el color de un momento que te haga feliz
para mezclar tu alegría y tus lágrimas mías y ver que el amor es así.
Colores que pintan los nombres de amores y a ti.

Esta vez sí, puse tu nombre en la pared, pude dormir.
Y así sabra´s que ya estuviste aquí.
Te marcharás, te olviadaré. No volverás, no lloraré.
Por eso...

Dime tu nombre, tú fuiste un sueño sin cumplir.
Veinte poemas y una historia de amor que Neruda escribió. 
Pero dime el color de un momento que te hga feliz
para mezclar tu alegría y tus lágrimas mías y ver que el amor es así.
Colores que pintan los nombres de amores y a ti.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

El violinista de la Plaza de la Juventud

Como cada mañana que paseaba por el D.F., Samuel simula ser un caminante más de la Plaza de la Juventud en plena ciudad, hasta que baja de su espalda el estuche de cuero reforzado, lo deja en el suelo de arcilla, abierto por si alguien desea contribuir, y comienza su oficio: nota a nota, cada partitura que interpreta cuando el crin entra en contacto con las cuerdas del pequeño violín es una melodía que nace desde lo más profundo de su corazón. Le transporta a cada momento bueno de su vida: cuando de niño su padre le enseñó a tocar con los oídos y no sólo con las manos en la vieja casita de campo donde vivían. Cuando al regresar al anochecer, su querida Matilde tiene lista la comida y dormido el niño se sienta junto a él a escuchar el relato de cómo estuvo su día. Una y otra vez, mientras pasan como películas por su mente las partituras de las canciones, dibuja en el cielo todos esos recuerdos, hasta que la vecina de la florería de la esquina lo mira poco disimuladamente, suspendida en el aire por el tibio sopor del amor, porque claramente, lo que más le enboba no es la música del violín, sino el mismo violinista entonando su concierto. Mientras en la casa la esposa lava las ropas, el niño juega con las figuritas que sus primos le han regalado. Están ya viejos, usados y desteñidos. Pero al niño le hacen feliz, y esa sonrisa inocente es la única recompensa de Samuel, cuando al marcharse de la plaza lleva unos pocos pesos recogidos del estuche de cuero reforzado que amablemente la gente le ha entregado. No es la sonrisa de la vecina. Es el bienestar de su familia.
Una noche, las limosnas no fueron suficientes. Tenía que encontrar un trabajo. Dejó el violín en casa para ayudar a la vecina en la florería. Pero entonces la vecina ya no lo miró con los mismos ojos. Cortaba tallos de flores, los tiraba a la basura y los devolvía a los baldes con agua. Todos los días lo mismo, y su lugar en la plaza con el violín seguía vacío.
Otra noche, parecida a la que debió dejar el violín, llegó a la casa y el niño tenía las cuerdas entre sus dientes recién salidos, el crin partido por la mitad en una esquina, y las clavijas vacías reclamaban atención. Esa noche terminó de morir el sueño.

Monólogo de un músico emocionado



La adrenalina llega fácilmente a la sangre. La piel se eriza a grado imperceptible al resto de los cuerpos. Solo puedes sentir la emoción propia, cuando esos cientos de manos alzadas alaban tu trabajo, el fruto de tus manos, lo que el grosor de tus dedos expresa al tocar esas cuerdas gruesas y sin forma.
Nadie conoce el valor que se necesita para pararse frente a todos ellos y expresan lo que siente tu alma en ese minuto, esos sentimientos que te invaden momentáneamente, de manera esporádica, sintiendo cómo las energías pujan por salir, y convertirse en inspiración, en lágrimas, en alegría. Viernes o sábado en la noche, con o sin chelas o pitos en la sangre. El domingo en la mañana no tiene por qué saber qué ocurrió las noches anteriores, y entonces se transforma en un secreto a voces, sonidos de guitarras fuertes, baterías, y un vocalista que usa sus expresiones propias para transmitir los dolores de su corazón. Pero cuando mis dedos tocan las cuerdas de la guitarra, cuando palpo con mis uñas la suave textura de las cuerdas lisas y suaves, entonces todo se transforma: es un mundo paralelo, diferente al habitual mío, porque puedo hacer por fin míos esos pensamientos que un día no lo fueron porque han sido causados por otros, inducidos por otros a mi mente, y que ahora, frente al público en la tocata,  puedo interpretar, traducir y explayar para que otros también los comprendan. Porque cuando oyes una canción, no estás escuchando el contenido emocional de esa canción en específico, sino lo que hay en la mente del que la compuso.
Es cuestión de cada corazón interpretar los sentimientos que se ocultan detrás de las notas musicales. Pero hay que admitir que cuando sonidos ensordecedores, agobiantes, molestos y hostigadores, emanan de un instrumento, no es solo ruido perturbador, es un sentimiento que está escondido, aguardando sigiloso por ser traducido. Eso es lo que solo los corazones más perceptibles pueden notar. Porque no se trata de ir exaltarse a un concierto, a dejar que se suba la adrenalina a la cabeza y dejar de pensar. Se trata de pensar en todo momento, a cada segundo, percibir la vibra, el ambiente, el aroma de la emoción, de la excitación de todos los que están allí, pasando por lo mismo pero que no necesariamente sienten lo mismo.  Es una injusticia que algunos no sean capaces de darse cuenta qué hay detrás. Injusto para el músico, para quien toca, para quien está tocando su historia de amor en la guitarra, para el que llora una muerte reciente por medio de la letra de una canción. Hay un juego de emociones detrás, pero quizás una tocata, con público masivo, no es el mejor lugar para darse cuenta de eso. Hay mucho que se esconde detrás. Puedo estar llorando y nadie me ve; puedo ser más feliz que en todo el ciclo vital que he vivido, pero nadie, solo yo, mi guitarra, mis dedos, mi alma y mi corazón, lo notaríamos.
En cada nota musical que se escapa de esta guitarra, hay una doble lectura que hacer. Cuando veos esas cabezas balanceándose excitadas, a las parejas hacer el amor allí mismo, víctimas del sopor irreductible de la música placentera, entonces todo vuelve a tener sentido. Alguien ha escuchado el doble sentido de las notas de esta guitarra. Y entonces, solo entonces, creo que vuelvo a sentir.