These broken hands of mine

sábado, 11 de diciembre de 2010

PASEO DE DOMINGO

(PERSIGUIENDO UN GLOBO)

Cuando el sol cayó sobre las puntitas menudas y agudas del césped, las familias decidieron salir a pasear. Y como iban a ser ellos la excepción: sintieron el calor del sol y pensaron que tal vez al pequeño le gustaría salir a mirar la naturaleza. Y después del almuerzo, la familia feliz se decidió a salir a compartir con las demás familias felices: era un parque especialmente creado para dar una caminata un domingo por la tarde, tomar algo de aire fresco y luego regresar a casa para continuar la rutina.

Las abuelas sonrientes cuentan sus experiencias a sus nietos, mientras los llevan de la mano a través del suelo de maicillo, ese que hace que los niños que juegan a la pelota donde no deben hacerlo, se caigan y se raspen las rodillas. Es un camino largo, rodeado de árboles inmensos que dan sombras que nadie se preocupa donde inician y donde terminan, y que además, con sus hojas moviéndose en dirección paralela a la orientación del viento, brindan oxígeno a los kilómetros de área verde que acogen a las parejas enamoradas cuando buscan algo de paz y se recuestan durante horas a solo mirarse y besarse.

De la mano llevaban al niño, que arrastraba los zapatos Bubble Gummers talla 8 y lo mezclaba con el polvo del asesino material. Vestía como un adulto: bien peinado, sobre los zapatos miniatura se dejaban caer unos jeans arremangados en la basta. Una camisa a cuadros color café, abierta en el pecho, y sobre el cuello una sonrisa sin dientes que mostrar. Los padres orgullosos saludaban a sus vecinos con una sonrisa, y devolvían luego la mirada a su retonio, que de la nada proliferó un grito escandalizador cuando divisó a lo lejos a un “guau guau” de pelaje sucio y mal oliente, que apenas vio al niño decidió huir para no tener problemas con sus tutores.  Pasada esa distracción, siguieron caminando, abriéndose paso entre los vendedores de algodón de azúcar, y un vendedor de globos que llevaba una amplia gama de colores y tonalidades, especialmente creado para atraer a los niños como el enano, que pudo ver su cuerpo minúsculo de todos colores cuando el látex de los globos filtró los rayos del sol. Le compraron uno y ahora la sonrisa de la “güagüa” era más grande y más desierta.

Un colega de él los detuvo para conversar un minuto. Hablaron de la vida, de las familias, del dinero, la corrupción, el transantiago y la huelga del metro. Ella se quedó con la esposa compartiendo historias de dueñas de casa.

En todo ese lapso, el niño dejó ir su globo, e inocente lo siguió desde su altura, con las manitos hacia el cielo y llamándolo en su idioma para que volviera. Caminó sin rumbo hasta perderse entre los enamorados. Los sobrepasó, llegó a la calle. Y cuando el papá exclamó lo desconsiderados que eran los choferes del metro, y la mamá quiso hacer notar la hermosura de su hijo, notaron que lo único que les quedaba era uno de esos minúsculos Bubble Gummers.

No hay comentarios:

Publicar un comentario