These broken hands of mine

jueves, 7 de octubre de 2010

Y dónde están las mariposas?







A pesar del frío agitador y la honda oscuridad afortunada que la llevó hasta el techo, decidió refugiarse bajo un árbol de copas perdidas, ocultas las manos en la chaqueta, en busca del calor que sus pies y su rostro perdieron hace un momento. Su mirada estaba fría, hasta sus venas estaban heladas, y es que así es el frío cuando llega inesperado, e invade a una joven en espera, en medio de una noche de invierno. Las calles vacías, los lejanos ruidos de los autos y las sordas, de amantes, caminatas, evidencia ineludible de los meses polares, indicio inequívoco del afable mes de junio, y ella espera: allí está, parada en medio de la niebla que comienza a rodearla cual hostil anfitrión, y ella mira a su alrededor con un modesto suspiro, resignada a aceptar la soledad como única compañera, y su mirada se pierde en la lejanía interminable de lo que nada es, cuando el cerebro mira un punto exacto que no existe, que nunca lo ha hecho ni lo hará, pero allí está, y ella lo mira, concentrada, perdida en si misma, experimentando incluso cierta fascinación; hasta que llega inesperado, sorpresivo, recién nacido de la niebla, caminar erguido, hombros anchos. Y sus ojos lo observan desde que entra en su escena para no apartarse más de él. Su mirada lo recorre, lo invade y hasta lo incomoda; él sabe que esa otra mirada está allí, que lo sigue a todas partes, a cada movimiento y a cada gesto perdido, pero disimula perfectamente, porque no sabe qué objetivos tiene esa mirada y el frio del mes de Junio puede no permitirle pensar con claridad. Ella, que ya no controla su mirada, posee dominio aún sobre sus movimientos, y con total control de éstos sale de su escondite bajo el árbol descopado, y se ubica tras la espalda del visitante, mientras la peligrosa mirada comienza ya a dar órdenes al corazón, y analiza su objetivo minuciosamente, a cada detalle, a cada alto y bajo, a cada doblez y arruga del grueso jean, a cada partícula de polvo presente en el calzado extrañamente formal en una persona que, ante la calificación de esa mirada, es joven, casi de su misma edad, delatándolo además la gruesa chaqueta de cuero que también lleva, cerrada hasta el cuello, protegido por una bufanda, víctima del calor natural que emana del cuerpo humano. La mirada femenina no detiene su curso, se vuelve incontrolable ante las disposiciones de la joven, cuyos intentos de alejamiento en la niebla son anulados por el corazón, que también se ha apoderado de la figura del desconocido. 

Es ahora el corazón quien da las órdenes, la mirada es un vasallo, el alma acepta sugerencias, y una niña enamorada crece en su interior, saliendo de allí por esa mirada incontrolada incapaz de disimular. Sigue rodeando a la figura otrora, lo asalta con imprudencia, lo expone ante su propia humanidad, lo reconoce ser humano y continua unida a él como un imán a su preciado metal. Y él se da cuenta que esa mirada no lo abandona, y solo reacciona con movimientos ciegos que pretenden disimular, desviar a su seguidora, pero la mirada solo encuentra ya maravillas en cada gesto, en cada movimiento, y no se rinde ante las muestras de incomodidad de su blanco, que empieza ya a ponerse nervioso. Ella busca su rostro: recién ahora se ha dado cuenta que le atrajo el rostro y es lo que menos su mirada ha localizado, y controlando militarmente sus movimientos, reduciéndolos a lo justo y lo preciso, se detiene a su lado, lo mira a la cara, y él devuelve la mirada, una mirada de pupila verde intensa, brillante ante la semi oscuridad de un farol azul, que la maravilla aún más y le da permiso de sentirse enamorada. Pero no puede diagnosticarse sin antes auto examinarse, y mientras la mirada sigue incomodando a su blanco perfecto, ella distingue los síntomas de su enfermedad: fascinación de la vista, ausencia de frío aún en pleno mes de Junio y música romántica como banda sonora de su momento, y las mariposas… ¿y las mariposas?, ¿no es supuesto de poemas, cuentos y teleseries las mariposas? Pero no las siente, y él sabe que la mirada nota incluso los desarreglos de su cabello, que sabe quizás que tiene frío, miedo, y que sabe que lo está incomodando. Él nota ese yugo sobre él, y siente frío y mucha pena. Siente angustia, siente que le mienten, que la mirada le miente, y siente una mirada sobre él, que no lo abandona y lo incomoda y le hace pensar que quizás tiene algún interés en él, pero luego se despide de esa mezcla de sentimientos y regresa a su realidad: que llegue el vehículo y lo aleje de esa absurda ilusión. 


Y ella sigue buscando las mariposas, y se propone hacer algo osado para sentirlas, creyendo que son analgésicos de los nervios ante el ser amado, y comete, a su vista, una fechoría: se cruza delante de los ojos verdes, que la siguen por un minuto, y cuando regresa la mirada a los ojos verdes, él se los lleva nuevamente hacia el camino por donde debería llegar el vehículo. Ella vuelve a analizarse, ¡no están las mariposas! El problema es que el corazón las está recién criando orugas, para que puedan pronto salir a volar. Mientras tanto, su mirada sigue invadiendo la privacidad de los ojos verdes, y los ojos verdes siguen sintiéndose atraídos por la mirada, luego angustia, luego que le mienten, que no lo abandona, lo incomoda, que tiene un interés, y luego se sienten tontos por imaginar cosas que no son. Dos luces cortan la niebla, un ruido de motor jubilado y una enorme máquina hace su parada frente a los enamorados, y ahora ya no mandan la mirada, ni el corazón, ni los movimientos: manda la razón, y la chica se presura a subir a la máquina, dejando tirados dos ojos verdes, que no saben de amor, ni de libertad, que no tuvieron tiempo y ahora el tiempo se les va, como dice una canción. Sentada frente al cristal, la mirada lo sigue por última vez, el corazón se empaña de un dolor pasivo, las manos buscan escape, las intenciones no son buenas, y cuando las miradas se cruzan, no hay sentimiento, ni magnitud, ni carta, ni palabra, ni mes del año, ni canción capaz de describir lo que pasa cuando dos miradas ciegas, que no saben expresar lo que está ocurriendo en sí mismas, se cruzan. La máquina parte, la niebla invade ahora a los ojos verdes que quedaron solitarios. 


Dos segundos de soledad, y ahora él necesita a esa mirada abrazante. 

Dos metros de lejanía, y en el corazón de ella las orugas se vuelven mariposas. 



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