These broken hands of mine

miércoles, 29 de junio de 2011

El fuego de la salamandra

Los sillones de mimbre alrededor de la salamandra encendida, chillaban cada vez que alguien se sentaba o se ponía de pie, y a medida que le iban echando más leña al fuego, y se calentaban aún más los palos tallados, iban chillando cada vez más. Era una pieza larga que hacía de cocina, comedor y living, con el suelo de cerámica rojiza y una mesa donde fácilmente cabían cuatro personas y habían tres tazas de te a medio tomar, con la panera en el centro, el frasco del café y el tarro del azúcar. Entonces ella se paraba, se sentaba, se acomodaba, se volvía a parar, le daba un sorbo al te y seguía riendo con el primo y la tía. La tía estaba siempre ahí para ella, y ahora se calentaba al lado de la estufa. El primo venía de vez en cuando, pero la última vez que lo vio fue a fines de febrero, para una once familiar bajo el parrón que tenían en el patio. La tele estaba encendida, las luces alumbraban la cocina-comedor-living y de repente ella miraba hacia afuera por la ventana que estaba sobre la estufa, esa que daba directamente a la casa de su amor de la infancia. Y cuando la tía la ve mirando por la ventana, le pregunta si lo irá a ver, y ella cruza los brazos: no, porque él fue el que cambió después que ganó dinero con su trabajo, y se convirtió en un arribista. La tía gira la cabeza y mira por la ventana hacia la nada: tiene razón. El primo se echa hacia atrás en el asiento de mimbre y se pone una mano en el mentón para hacer una pregunta: desde cuándo que no habla con él. Ella levanta los pies, los pone sobre el sillón de mimbre y se sienta sobre sus piernas: la noche anterior estuvo en el hospital, y ahora no la ha llamado en todo el día. Apoya las manos en los brazos del sillón: está enojada porque cada vez que él hace algo por ella, se lo saca en cara; saca las manos de los brazos del sillón y se las pasa por el pelo: llevan un año y meses pololeando y el último tiempo ha sido un infierno. Saca las manos de su pelo y se las lleva a la cara: hace rato que quiere terminar con esto.
El primo apoya las manos sobre los brazos del sillón: pide disculpas por opinar sin haber estado ahí todo el proceso. Frunce un poco el ceño, toma aire: pregunta si puede ser honesto. Ella se acomoda las manos en el vientre y sonríe: responde que por favor sea honesto. Él cruza la pierna derecha sobre la izquierda y alza una mano: le dice que en las cosas del amor, lo que no le hace bien, entonces la destruye. Se levanta un poco, se acomoda en el asiento, rechina el mimbre: si esto le está haciendo mal, entonces no hay razones para que se siga auto destruyendo. Ella mira de nuevo a través de la ventana, cruza los brazos, pierde la mirada: tiene razón, esto le está afectando mucho más de lo que esperaba. Hace un movimiento rápido, algo la altera, lleva su mano hasta el bolsillo: vibra su celular. Pone el aparato a la altura de sus ojos, lo mira y sonríe maliciosamente: es un mensaje de él. Gira la cabeza, mira a la tía y ésta le devuelve la mirada: ambas sabían que tarde o temprano el individuo se dignaría a aparecer. El primo se cruza de brazos, le devuelve una sonrisa y se acomoda en el asiento para poder captar mejor el calor de la salamandra: como le gustaría poder estar más cerca de la prima.

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