Los sillones de mimbre alrededor de la salamandra encendida, chillaban cada vez que alguien se sentaba o se ponía de pie, y a medida que le iban echando más leña al fuego, y se calentaban aún más los palos tallados, iban chillando cada vez más. Era una pieza larga que hacía de cocina, comedor y living, con el suelo de cerámica rojiza y una mesa donde fácilmente cabían cuatro personas y habían tres tazas de te a medio tomar, con la panera en el centro, el frasco del café y el tarro del azúcar. Entonces ella se paraba, se sentaba, se acomodaba, se volvía a parar, le daba un sorbo al te y seguía riendo con el primo y la tía. La tía estaba siempre ahí para ella, y ahora se calentaba al lado de la estufa. El primo venía de vez en cuando, pero la última vez que lo vio fue a fines de febrero, para una once familiar bajo el parrón que tenían en el patio. La tele estaba encendida, las luces alumbraban la cocina-comedor-living y de repente ella miraba hacia afuera por la ventana que estaba sobre la estufa, esa que daba directamente a la casa de su amor de la infancia. Y cuando la tía la ve mirando por la ventana, le pregunta si lo irá a ver, y ella cruza los brazos: no, porque él fue el que cambió después que ganó dinero con su trabajo, y se convirtió en un arribista. La tía gira la cabeza y mira por la ventana hacia la nada: tiene razón. El primo se echa hacia atrás en el asiento de mimbre y se pone una mano en el mentón para hacer una pregunta: desde cuándo que no habla con él. Ella levanta los pies, los pone sobre el sillón de mimbre y se sienta sobre sus piernas: la noche anterior estuvo en el hospital, y ahora no la ha llamado en todo el día. Apoya las manos en los brazos del sillón: está enojada porque cada vez que él hace algo por ella, se lo saca en cara; saca las manos de los brazos del sillón y se las pasa por el pelo: llevan un año y meses pololeando y el último tiempo ha sido un infierno. Saca las manos de su pelo y se las lleva a la cara: hace rato que quiere terminar con esto.
El primo apoya las manos sobre los brazos del sillón: pide disculpas por opinar sin haber estado ahí todo el proceso. Frunce un poco el ceño, toma aire: pregunta si puede ser honesto. Ella se acomoda las manos en el vientre y sonríe: responde que por favor sea honesto. Él cruza la pierna derecha sobre la izquierda y alza una mano: le dice que en las cosas del amor, lo que no le hace bien, entonces la destruye. Se levanta un poco, se acomoda en el asiento, rechina el mimbre: si esto le está haciendo mal, entonces no hay razones para que se siga auto destruyendo. Ella mira de nuevo a través de la ventana, cruza los brazos, pierde la mirada: tiene razón, esto le está afectando mucho más de lo que esperaba. Hace un movimiento rápido, algo la altera, lleva su mano hasta el bolsillo: vibra su celular. Pone el aparato a la altura de sus ojos, lo mira y sonríe maliciosamente: es un mensaje de él. Gira la cabeza, mira a la tía y ésta le devuelve la mirada: ambas sabían que tarde o temprano el individuo se dignaría a aparecer. El primo se cruza de brazos, le devuelve una sonrisa y se acomoda en el asiento para poder captar mejor el calor de la salamandra: como le gustaría poder estar más cerca de la prima.