These broken hands of mine

jueves, 30 de septiembre de 2010

Canción Cruel, Desesperada, y el Coronel

El buen pastor nos vio quedar
era diciembre y una mariposa empezaba a volar.
De noche ya, gran musical,
sonaron besos en vez de campanas en la catedral.

Nos escapamos por casualidad del mundo real,
llegó el 28 y corrimos detrás.
Sueños de esos de universidad que fuimos una tarde a buscar.

Un autobús en un local
una bombilla, guitarras, colillas y muy poco más.
Sonaba "One", en nuestro bar
allí nos dimos la mano y cantamos sin miedo a soñar.

Nos escapamos pro casualidad del mundo real
llegó el 28 y corrimos detrás.
Sueños de esos de universidad
que fuimos una tarde a buscar.

En la tierra existe un lugar con una magia especial
allí escribimos la historia de esta gran amistad.

Nos escapamos...

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Aquí ya hemos terminado, amigo miom se acabó
Acércate, dame un abrazo que este infierno remitió.
Esperdame aquí un momeno, cuida de esta posición
comprobaré que terminamos la misión.

Fue al acabar estas palabras y nadie le volvió a ver,
después de aquella victoria, solo un loco coronel
renunciaría a una gloria que él jamás logró entender
eligió cargar su arma con un clavel.

Cuando los demás dormían se escapaba a la cantina
y llorando le contaba a una mujer
que si el honor y la victoria valen más que las personas
es que no hemos aprendido nada...

...De las lágrimas que visten tu cara, 
de la tristeza que esconden tus miradas.
De la verguenza que siente mi alma
cuando nadie canta esta canción.

En la que digo que no me da la gana 
de hacer como que no se nada.
De cada vida que se marcha sin decir adiós.

Después de cada batalla se encogpia su corazón,
él debía mostrar orgullo cuando sólo sentía horror.
Preguntaba siempre al cielo quién había ganado qué?
pero nunca nadie supo responder.

Cuando los demás dormían...

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Me enamoré de ti buscando el cielo
y desperté agarrada a una ilusión.
Ahora eres cenizas de mis sueños
porque al final los sueños, sueños son.

Quiero esconderme en ti,
ver que todo pasó.
Quiero decirte adiós,
fuiste mi amor.

Dime tu nombre, tú fuiste un sueño sin cumplir.
Veinte poemas y una historia de amor que ya tiene canción.
Pero dime el color de un momento que te haga feliz,
para mezclar tu alegría y tus lagrimas mías y ver que el amor es así.
Colores que pintan los nombres de amores y a ti.

Tu fuiste un beso eterno en otra vida.
Tambipen una poseía sin firmar.
Te fuste de mis sueños tan de prisa
que mi consuelo fue "El Viejo Y El Mar".

Todo es mejor así
quiero abrigarme más.
No iré a biscarte allí
tú ya no estás.

Dime tu nombre, tú fuiste un sueño sin cumplir.
Veinte poemas y una historia de amor que ya tiene canción.
Pero dime el color de un momento que te haga feliz
para mezclar tu alegría y tus lágrimas mías y ver que el amor es así.
Colores que pintan los nombres de amores y a ti.

Esta vez sí, puse tu nombre en la pared, pude dormir.
Y así sabra´s que ya estuviste aquí.
Te marcharás, te olviadaré. No volverás, no lloraré.
Por eso...

Dime tu nombre, tú fuiste un sueño sin cumplir.
Veinte poemas y una historia de amor que Neruda escribió. 
Pero dime el color de un momento que te hga feliz
para mezclar tu alegría y tus lágrimas mías y ver que el amor es así.
Colores que pintan los nombres de amores y a ti.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

El violinista de la Plaza de la Juventud

Como cada mañana que paseaba por el D.F., Samuel simula ser un caminante más de la Plaza de la Juventud en plena ciudad, hasta que baja de su espalda el estuche de cuero reforzado, lo deja en el suelo de arcilla, abierto por si alguien desea contribuir, y comienza su oficio: nota a nota, cada partitura que interpreta cuando el crin entra en contacto con las cuerdas del pequeño violín es una melodía que nace desde lo más profundo de su corazón. Le transporta a cada momento bueno de su vida: cuando de niño su padre le enseñó a tocar con los oídos y no sólo con las manos en la vieja casita de campo donde vivían. Cuando al regresar al anochecer, su querida Matilde tiene lista la comida y dormido el niño se sienta junto a él a escuchar el relato de cómo estuvo su día. Una y otra vez, mientras pasan como películas por su mente las partituras de las canciones, dibuja en el cielo todos esos recuerdos, hasta que la vecina de la florería de la esquina lo mira poco disimuladamente, suspendida en el aire por el tibio sopor del amor, porque claramente, lo que más le enboba no es la música del violín, sino el mismo violinista entonando su concierto. Mientras en la casa la esposa lava las ropas, el niño juega con las figuritas que sus primos le han regalado. Están ya viejos, usados y desteñidos. Pero al niño le hacen feliz, y esa sonrisa inocente es la única recompensa de Samuel, cuando al marcharse de la plaza lleva unos pocos pesos recogidos del estuche de cuero reforzado que amablemente la gente le ha entregado. No es la sonrisa de la vecina. Es el bienestar de su familia.
Una noche, las limosnas no fueron suficientes. Tenía que encontrar un trabajo. Dejó el violín en casa para ayudar a la vecina en la florería. Pero entonces la vecina ya no lo miró con los mismos ojos. Cortaba tallos de flores, los tiraba a la basura y los devolvía a los baldes con agua. Todos los días lo mismo, y su lugar en la plaza con el violín seguía vacío.
Otra noche, parecida a la que debió dejar el violín, llegó a la casa y el niño tenía las cuerdas entre sus dientes recién salidos, el crin partido por la mitad en una esquina, y las clavijas vacías reclamaban atención. Esa noche terminó de morir el sueño.

Monólogo de un músico emocionado



La adrenalina llega fácilmente a la sangre. La piel se eriza a grado imperceptible al resto de los cuerpos. Solo puedes sentir la emoción propia, cuando esos cientos de manos alzadas alaban tu trabajo, el fruto de tus manos, lo que el grosor de tus dedos expresa al tocar esas cuerdas gruesas y sin forma.
Nadie conoce el valor que se necesita para pararse frente a todos ellos y expresan lo que siente tu alma en ese minuto, esos sentimientos que te invaden momentáneamente, de manera esporádica, sintiendo cómo las energías pujan por salir, y convertirse en inspiración, en lágrimas, en alegría. Viernes o sábado en la noche, con o sin chelas o pitos en la sangre. El domingo en la mañana no tiene por qué saber qué ocurrió las noches anteriores, y entonces se transforma en un secreto a voces, sonidos de guitarras fuertes, baterías, y un vocalista que usa sus expresiones propias para transmitir los dolores de su corazón. Pero cuando mis dedos tocan las cuerdas de la guitarra, cuando palpo con mis uñas la suave textura de las cuerdas lisas y suaves, entonces todo se transforma: es un mundo paralelo, diferente al habitual mío, porque puedo hacer por fin míos esos pensamientos que un día no lo fueron porque han sido causados por otros, inducidos por otros a mi mente, y que ahora, frente al público en la tocata,  puedo interpretar, traducir y explayar para que otros también los comprendan. Porque cuando oyes una canción, no estás escuchando el contenido emocional de esa canción en específico, sino lo que hay en la mente del que la compuso.
Es cuestión de cada corazón interpretar los sentimientos que se ocultan detrás de las notas musicales. Pero hay que admitir que cuando sonidos ensordecedores, agobiantes, molestos y hostigadores, emanan de un instrumento, no es solo ruido perturbador, es un sentimiento que está escondido, aguardando sigiloso por ser traducido. Eso es lo que solo los corazones más perceptibles pueden notar. Porque no se trata de ir exaltarse a un concierto, a dejar que se suba la adrenalina a la cabeza y dejar de pensar. Se trata de pensar en todo momento, a cada segundo, percibir la vibra, el ambiente, el aroma de la emoción, de la excitación de todos los que están allí, pasando por lo mismo pero que no necesariamente sienten lo mismo.  Es una injusticia que algunos no sean capaces de darse cuenta qué hay detrás. Injusto para el músico, para quien toca, para quien está tocando su historia de amor en la guitarra, para el que llora una muerte reciente por medio de la letra de una canción. Hay un juego de emociones detrás, pero quizás una tocata, con público masivo, no es el mejor lugar para darse cuenta de eso. Hay mucho que se esconde detrás. Puedo estar llorando y nadie me ve; puedo ser más feliz que en todo el ciclo vital que he vivido, pero nadie, solo yo, mi guitarra, mis dedos, mi alma y mi corazón, lo notaríamos.
En cada nota musical que se escapa de esta guitarra, hay una doble lectura que hacer. Cuando veos esas cabezas balanceándose excitadas, a las parejas hacer el amor allí mismo, víctimas del sopor irreductible de la música placentera, entonces todo vuelve a tener sentido. Alguien ha escuchado el doble sentido de las notas de esta guitarra. Y entonces, solo entonces, creo que vuelvo a sentir.