These broken hands of mine

jueves, 28 de octubre de 2010

El secreto para dejar de lado el ¿Por Qué A Mí?

 

Sus amigos dicen que es mal genio, de poca paciencia pero buen conversador. Sus días transcurren detrás del mostrador donde administra los Pc’s que conforman el cyber café donde trabaja hace ya casi un año. Y aunque se queja de que las jornadas son largas y el trabajo es agotador; más que nada cansa su paciencia tener que contestar tantas preguntas tontas de los clientes como “¿Cuál es código postal de aquí?”, o “¿Cómo se hace el arroba?”. Asegura que la necesidad es más grande y tiene que soportar. Héctor Márquez es un joven homosexual que vive en una ciudad pequeña y conservadora como Linares, en la región del Maule. De estatura baja, viste jeans, zapatillas blancas, un polerón café y una casaca oscura; para sus amigos parece una persona diferente: hace menos de dos semanas vestía totalmente de negro, y un enorme mechón cruzaba su cara hasta llegar a su cuello. Es el inicio de una época de cambios para él. Quiere dejar muchas cosas atrás, iniciar una nueva etapa y avanzar luego de un período cargado de problemas que involucran muchos aspectos de su vida: su madre lo abandonó cuando era un bebé, sin antes querer darlo en adopción, en una lucha que finalmente ganaron su padre y su abuela por conservarlo. Posteriormente, a las catorce, tras asumirse gay, un amigo de la familia abusó de él sexualmente, y quedó en libertad luego de que su argumento fuera desvirtuado por no recordar que ese día de verano hubo sol en la mañana y en la tarde llovió, por no recordar a causa del shock de la violación, y tener que testificar el mismo día ante la policía de investigaciones. Y posteriormente los constantes conflictos en su colegio, producto de la discriminación de la que sufre por ser gay.

“Tato”, como lo llaman sus amigos, es amable, buena persona y muy afable. Sin embargo, de no ser porque, como él mismo dijo, hace tiempo que dejó de preguntarse “¿Por qué a mí?”, no hubiera sobrevivido a los múltiples golpes que ha recibido en su vida.

            Buscando salir de debajo de la cama -

Cuando Tato nació, su mamá no lo quería. Es más, iba a darlo en adopción, y para llevar a cabo su plan tenía que esconderlo de su padre. Así fue como, siendo un recién nacido, lo metía debajo de la cama para que no lo viera cuando iba a buscarlo. La idea era que nadie respondiera por él en un plazo determinado, para luego la madre entregarlo, libre de culpas, a la primera familia que estuviera dispuesta a criarlo. Así fue como, luego de una serie de luchas legales, quedó bajo la custodia de sus abuelos, manteniendo siempre una férrea unión a su padre. “Con mi papá tengo relación. Todos los días hablamos. Mi papá es mi todo. Es cariño, es respeto y confianza.” Ha estado siempre con él en los momentos difíciles, y él mismo reconoce que el diálogo ha formado parte importante en su relación. Cada paso que Héctor toma, es consultado con su padre primero.

Esta relación se construye sobre la base de la madre ausente, que se va a Santiago a realizar una vida propia. Un día, cuando él tenía 8 años, de regreso de un paseo a la montaña, ella había vuelto. Trató de estar presente, pero a largo plazo, cuando se enteró que su hijo era homosexual, sus palabras fueron muy claras: “Yo nunca parí un hijo maricón, olvídate de mí”. Este quiebre significó un corte de relaciones total con la familia materna. Tras haberle prometido un futuro estable una vez terminado cuarto medio, su condición sexual lo aleja de esto, y aún peor: durante este lapso, su madre había continuado su vida en Santiago, y Tato sabía de la existencia de una hermana menor, a quien también veía alejarse al asumirse gay. “En ese minuto yo estaba como ‘mierda, la perdí. Perdí a mi hermana. Por mi culpa, por ser gay. Pasé por una huevá de no aceptarme. Después de haberme aceptado, ya no me acepté de nuevo”.

Otro suceso que marcó la vida de Héctor, quizás para siempre, tendría lugar una mañana de febrero de 2005. Una cita al médico le hacía salir temprano de la casa de su abuela para reunirse con su padre, pero a medio camino un amigo de la familia, de 36 años, lo detuvo para hablarle respecto a su confesión de ser gay. Lo golpeó, lo arrastró por un sitio eriazo hasta su casa, donde abusó de él sexualmente e intentó matarlo. Héctor logró salir de ahí y huir rápidamente. Cuando la familia se enteró, hicieron inmediatamente la denuncia, recordando Tato que lo más duro fue tener que contar y recordar, muchas veces, la misma historia. Durante los trámites, otro suceso le hizo renegar de sí mismo: “Tuve que ir al SML, a constatar lesiones, y una tipa, muy idiota, llega y me dice ‘Pucha, tení’ que acostumbrarte porque tú elegiste ser gay’”. Los días posteriores, correspondientes a los juicios, se desarrollan con Héctor acudiendo a un centro de ayuda. Su mamá una vez más le falló: cuando el sicólogo recomienda sacar a Héctor de la ciudad, ella se negó rotundamente a llevarlo con ella a Santiago, decidiendo así no participar del proceso de recuperación de su hijo. Un año después, tras escuchar todos los argumentos, Héctor es llamado a declarar, y su testimonio es desvirtuado por el hecho de que no recordó que esa mañana de verano, si bien estaba soleado, en la tarde llovió. Esto logró poner en tela de juicio lo verídico de su declaración, y el culpable fue dejado en libertad.

-“¿Por qué NO a mí?”

Cuando Tato decide revelarle a su padre que es gay, una semana antes de Navidad, su respuesta fue clara: “Primero, tú eres mi hijo. Segundo, estuve a punto de perderte una vez, dos veces no me va a pasar. Si eres gay, filo, eres persona por sobre todo, y te quiero más que la cresta, así que no te voy a dejar.” Una semana después, durante la cena Noche Buena, el resto de la familia se enteró de la noticia. Fue aceptado y apoyado por la familia de su padre, y rechazado y marginado por la familia de su madre. Sin embargo, cuando se ve en pie, fuerte e inquebrantable durante el juicio, encarando a su agresor, decide dejar de preguntarse “¿Por qué a mí?”, para empezar de a poco a preguntarse “¿Por qué NO a mí?”. Desde minuto, y como él mismo explica, tuvo una postura diferente ante la vida, y decidió aprender de cada momento que vive, y a enfrentar los problemas. Uno de ellos es el que se suscita cuando cursa segundo medio en el Liceo Politécnico de Linares, donde ante las burlas de sus compañeros mientras usan los camarines después de Educación Física, recurre al orientador del colegio, que le niega su ayuda porque para él, Héctor es un degenerado sexual, por ser una mujer en un cuerpo de hombre, y si él no quiere reconocer eso, entonces no lo ayudará.

Héctor no dejó que las cosas se quedaran así, y tras hablar con el director, consigue un permiso para no tener que cambiarse de buzo a uniforme los días que tiene educación física, y no sufrir más esta situación. De todas formas, denuncia al orientador, que es removido de su cargo, y en la actualidad consigue respeto en su colegio, por su particular forma de ser. Él no es “loca”. Es un hombre que le gustan los hombres, y no un hombre que se cree mujer. Se acusa homofóbico dentro de su homosexualidad. No permite que nadie se burle, ni en el colegio, ni en la calle. “Me he metido en peleas fuertes por eso”.

Actualmente Tato protagoniza una demanda contra su mamá por la pensión alimenticia. Ella no se presentó a la primera audiencia de negociación, y ahora Héctor y su abogado se preparan para un segundo llamado. Por otro lado, su familia materna se ha vuelto a acercar de a poco y tras haberle negado el contacto, actualmente ha recuperado las relaciones que tenía antes con sus primos. A través de Facebook, Héctor pudo comunicarse con su hermana, de 11 años. Así es como se enteró que ésta también ha sufrido por culpa de su mamá, y que durante todos estos años ha sido para ella, también, una madre ausente.

Tato quiere terminar el liceo. Sus intenciones son estudiar Informática en alguna universidad privada, porque sus notas no son buenas y eso le frustra un poco. No sabe cómo lo hará. Solo tiene las ganas, la motivación, y la fe puesta en ello. La vida le enseñó que es fuerte, y que de cada golpe puede volver a levantarse. Es parte del proceso que requiere levantarse y aprender de las caídas. De dejar de preguntarse “¿Por qué a mí?, y empezar a preguntarse: “Por qué NO a mí?”

Agradezco el testimonio de Héctor Márquez, “Tato”.

Saliendo de la obligada seriedad y objetividad que requiere el “periodismo”, confieso que su historia es enriquecedora, y escucharla valió la pena todo esfuerzo que costó el entrevistarlo. Le mando mis más sinceras felicitaciones por ser como es, por pensar como piensa. Ese día no tuve la chance de decirle que le admiro por la forma en que se levanta de las cosas.

Más gente como él, y menos periodistas, necesitamos en el mundo.

jueves, 7 de octubre de 2010

Y dónde están las mariposas?







A pesar del frío agitador y la honda oscuridad afortunada que la llevó hasta el techo, decidió refugiarse bajo un árbol de copas perdidas, ocultas las manos en la chaqueta, en busca del calor que sus pies y su rostro perdieron hace un momento. Su mirada estaba fría, hasta sus venas estaban heladas, y es que así es el frío cuando llega inesperado, e invade a una joven en espera, en medio de una noche de invierno. Las calles vacías, los lejanos ruidos de los autos y las sordas, de amantes, caminatas, evidencia ineludible de los meses polares, indicio inequívoco del afable mes de junio, y ella espera: allí está, parada en medio de la niebla que comienza a rodearla cual hostil anfitrión, y ella mira a su alrededor con un modesto suspiro, resignada a aceptar la soledad como única compañera, y su mirada se pierde en la lejanía interminable de lo que nada es, cuando el cerebro mira un punto exacto que no existe, que nunca lo ha hecho ni lo hará, pero allí está, y ella lo mira, concentrada, perdida en si misma, experimentando incluso cierta fascinación; hasta que llega inesperado, sorpresivo, recién nacido de la niebla, caminar erguido, hombros anchos. Y sus ojos lo observan desde que entra en su escena para no apartarse más de él. Su mirada lo recorre, lo invade y hasta lo incomoda; él sabe que esa otra mirada está allí, que lo sigue a todas partes, a cada movimiento y a cada gesto perdido, pero disimula perfectamente, porque no sabe qué objetivos tiene esa mirada y el frio del mes de Junio puede no permitirle pensar con claridad. Ella, que ya no controla su mirada, posee dominio aún sobre sus movimientos, y con total control de éstos sale de su escondite bajo el árbol descopado, y se ubica tras la espalda del visitante, mientras la peligrosa mirada comienza ya a dar órdenes al corazón, y analiza su objetivo minuciosamente, a cada detalle, a cada alto y bajo, a cada doblez y arruga del grueso jean, a cada partícula de polvo presente en el calzado extrañamente formal en una persona que, ante la calificación de esa mirada, es joven, casi de su misma edad, delatándolo además la gruesa chaqueta de cuero que también lleva, cerrada hasta el cuello, protegido por una bufanda, víctima del calor natural que emana del cuerpo humano. La mirada femenina no detiene su curso, se vuelve incontrolable ante las disposiciones de la joven, cuyos intentos de alejamiento en la niebla son anulados por el corazón, que también se ha apoderado de la figura del desconocido. 

Es ahora el corazón quien da las órdenes, la mirada es un vasallo, el alma acepta sugerencias, y una niña enamorada crece en su interior, saliendo de allí por esa mirada incontrolada incapaz de disimular. Sigue rodeando a la figura otrora, lo asalta con imprudencia, lo expone ante su propia humanidad, lo reconoce ser humano y continua unida a él como un imán a su preciado metal. Y él se da cuenta que esa mirada no lo abandona, y solo reacciona con movimientos ciegos que pretenden disimular, desviar a su seguidora, pero la mirada solo encuentra ya maravillas en cada gesto, en cada movimiento, y no se rinde ante las muestras de incomodidad de su blanco, que empieza ya a ponerse nervioso. Ella busca su rostro: recién ahora se ha dado cuenta que le atrajo el rostro y es lo que menos su mirada ha localizado, y controlando militarmente sus movimientos, reduciéndolos a lo justo y lo preciso, se detiene a su lado, lo mira a la cara, y él devuelve la mirada, una mirada de pupila verde intensa, brillante ante la semi oscuridad de un farol azul, que la maravilla aún más y le da permiso de sentirse enamorada. Pero no puede diagnosticarse sin antes auto examinarse, y mientras la mirada sigue incomodando a su blanco perfecto, ella distingue los síntomas de su enfermedad: fascinación de la vista, ausencia de frío aún en pleno mes de Junio y música romántica como banda sonora de su momento, y las mariposas… ¿y las mariposas?, ¿no es supuesto de poemas, cuentos y teleseries las mariposas? Pero no las siente, y él sabe que la mirada nota incluso los desarreglos de su cabello, que sabe quizás que tiene frío, miedo, y que sabe que lo está incomodando. Él nota ese yugo sobre él, y siente frío y mucha pena. Siente angustia, siente que le mienten, que la mirada le miente, y siente una mirada sobre él, que no lo abandona y lo incomoda y le hace pensar que quizás tiene algún interés en él, pero luego se despide de esa mezcla de sentimientos y regresa a su realidad: que llegue el vehículo y lo aleje de esa absurda ilusión. 


Y ella sigue buscando las mariposas, y se propone hacer algo osado para sentirlas, creyendo que son analgésicos de los nervios ante el ser amado, y comete, a su vista, una fechoría: se cruza delante de los ojos verdes, que la siguen por un minuto, y cuando regresa la mirada a los ojos verdes, él se los lleva nuevamente hacia el camino por donde debería llegar el vehículo. Ella vuelve a analizarse, ¡no están las mariposas! El problema es que el corazón las está recién criando orugas, para que puedan pronto salir a volar. Mientras tanto, su mirada sigue invadiendo la privacidad de los ojos verdes, y los ojos verdes siguen sintiéndose atraídos por la mirada, luego angustia, luego que le mienten, que no lo abandona, lo incomoda, que tiene un interés, y luego se sienten tontos por imaginar cosas que no son. Dos luces cortan la niebla, un ruido de motor jubilado y una enorme máquina hace su parada frente a los enamorados, y ahora ya no mandan la mirada, ni el corazón, ni los movimientos: manda la razón, y la chica se presura a subir a la máquina, dejando tirados dos ojos verdes, que no saben de amor, ni de libertad, que no tuvieron tiempo y ahora el tiempo se les va, como dice una canción. Sentada frente al cristal, la mirada lo sigue por última vez, el corazón se empaña de un dolor pasivo, las manos buscan escape, las intenciones no son buenas, y cuando las miradas se cruzan, no hay sentimiento, ni magnitud, ni carta, ni palabra, ni mes del año, ni canción capaz de describir lo que pasa cuando dos miradas ciegas, que no saben expresar lo que está ocurriendo en sí mismas, se cruzan. La máquina parte, la niebla invade ahora a los ojos verdes que quedaron solitarios. 


Dos segundos de soledad, y ahora él necesita a esa mirada abrazante. 

Dos metros de lejanía, y en el corazón de ella las orugas se vuelven mariposas.