Casi casi están a punto de rendirse, pero casi casi es casi un esfuerzo más que casi casi vale la pena. Cada respiro, cada agitación, casi casi ese estupor ajeno que se sube a sus cabezas y ese rojizo casi casi tierno que sube a sus caras casi casi humedecidas por el calor de sus mejillas casi encendidas por el calor casi sofocante. Y aunque querían detenerse y estaban cansados de seguir intentando, estaban casi seguros de que todavía había algo más por hacer, y decidieron seguir intentando, porque casi casi era hora de levantarse y ya no valía la pena volver a dormir: estaban casi a punto de terminar, casi sin mirar el tiempo que ha pasado desde que empezaron a intentar ese casi casi que les llevaría a lograr lo que tanto anhelaban: ver la sonrisa en la cara de su propio niño, un niño que casi casi sería suyo para siempre, porque sabían que en la tierra casi todos los hijos son prestados, porque una vez que se vuelven casi independientes, deciden no volver al hogar y las calles y los ojos que casi casi los vieron crecer.
Casi valía la pena seguir intentando: incluso hasta se detuvieron a pensar si hasta sus padres sentirían la misma alegría que ellos casi ya estaban sintiendo. Hasta necesitaban un descanso, porque tanta agitación hasta les estaba pasando la cuenta y estaban casi sin aire, agitados por el esfuerzo que daban hasta no poder más. Casi era de día. El sol estaba casi arriba ya, alumbrando hasta las casas que se veían de lejos en la aldea, que estaban hasta arriba cubiertas de nieve. Era la época del año donde casi no había naturaleza verde, porque hasta las copas de los árboles estaban vestidos del blanco casi cegador de la nieve de invierno. Era casi lindo, pero hasta el ciego más frío era capaz de ver esa nieve que reflejaba el sol con tanta fuerza, que se convertía rápidamente en un blanco casi luminoso.
Y ahí estaban ellos, casi hasta quedándose dormidos sobre sus propios cuerpos, porque casi ya no les quedaban las energías, esas que casi ya no se ven hoy en día, porque hasta ellos sabían que casi todos en el planeta ocupan hasta sus últimas reservas de energía haciendo lo que tienen que hacer en el día. Pero ahí estaban ellos, casi agotados, casi rindiéndose, agitados, con la respiración funcionando a mil por hora, con el calor de sus cuerpos casi bordeando su límite humano. Pero incluso hasta esa hora se mantenían el uno al otro, porque lograr lo que querían en ese niño, era un trabajo de dos, que sólo ellos podían hacer.
Casi ya con el sol mandando hasta sus rayos de sol más disimulados, ella le dice a él que casi está listo. Él parte hasta el baño, se moja un poco la cara, se quita los guantes casi inútiles a estas horas de la mañana, y nota que su traje está cubierto por la pintura roja con que ha estado toda la noche trabajando.
Hasta el comedor de la casa regresa de vuelta del baño, para ver, tras la chimenea cargada casi hasta arriba de leña, haciendo del invierno casi un verano, la dotación casi completa de camiones y muñequitas de felpa que llegarán a todos los niños de la aldea esta navidad. Porque ambos sabían que nadie se ocupaba ya de la navidad de los más pequeños, y casi hasta ellos se habían dado por vencidos, si no hubieran sabido lo que eran capaces de hacer en una sola noche.